domingo, 15 de noviembre de 2009

Café tostado a las dos de la mañana.

Los jueves por la noche puede escucharse, a través del ruido que moja las calles, el lamento suave del jazz que se escapa de la puerta semi-clandestina de un viejo café. El bajo, el piano y las percusiones dan la bienvenida, pero es el saxofonista lo que desde hace años mantiene lleno cada jueves ese pequeño lugar.

La función semanal llega a su fin, la banda se prepara para interpretar la última canción para cerrar la noche. El saxofonista bebe un sorbo de vino para la garganta y lanza un suspiro. De la exhalación, abriéndose camino a través del humo de los cigarrillos con su propia estela, se forma una mujer dorada. Enmarcando su rostro de ninfa, el cabello negro llega hasta media espalda, una pulsera se contonea en su muñeca derecha, sandalias rojas enfatizan la terrible curva de sus piernas. Se apagan los murmullos. Ella se dirige a la puerta y antes de salir lanza al saxofonista una sutil sonrisa desde sus labios rojos.

Volviendo en si, el saxofonista sale tras ella. El eco de sus pasos entre los callejones mojados son su única compañía en la búsqueda vana hasta que, al llegar el alba, el cansancio lo lleva por inercia hacia el miserable cuarto que le sirve de casa.

Pasa los siguientes seis días volviéndose loco. Cada vez que trata de interpretar una melodía, por sencilla que sea, los alaridos del saxofón perturban a todo ser vivo que se encuentra cerca. La primera vez lo atribuye al cansancio de la madrugada, toma aire y al tocar de nuevo, el efecto es el mismo. No encuentra la razón, sus dedos son los mismos, largos, quizá un poco mas flacos por la angustia. Sus pulmones, la mano de midas que convertía hasta la canción mas simple en una explosión armoniosa, están en perfecto estado. Ciertamente su aliento se encuentra mas alcoholizado de lo normal, pero eso no debería afectar de tal modo su interpretación.

El jueves llega de nuevo y a la hora de siempre el saxofonista cruza la puerta del café. Por costumbre, por absurda esperanza. Llega la hora de la función y los músicos comienzan a tocar, todos recuerdan sin duda lo sucedido la semana anterior y eso atrae a más espectadores morbosos a las mesas despostilladas. Se acerca el momento de tocar, de revelar la maldición secreta que carga en su instrumento, el saxofonista hace el mayor tiempo posible para dar lugar a un milagro que no llega.

Se moja los labios, inhala profundamente y antes de cerrar los ojos la ve. Atravesando la puerta, la figura dorada empapada desde el cabello negro hasta las sandalias rojas. Se detiene a la mitad del local apoderándose del instante, las gotas de lluvia se arrullan en su pecho al ritmo de su respiración. Lo mira y dando vuelta en seguida, sale. No la dejaría ir de nuevo, el saxofonista baja del escenario y la sigue a través de las sombras hasta alcanzarla en un callejón oscuro cercano.

Haciendo a un lado su brazo con una caricia, el saxofonista desliza su mano por la breve cintura, la atrae hacia si haciéndola nadar en el aire, le da la vuelta y la estrecha en sus brazos. Percibe en la cercanía que el aroma de su cabello era el correcto, se contempla en el reflejo de sus ojos negros y la besa.

Al contacto con sus labios el rojo y el dorado se vaporizan hasta convertirse en una niebla vinosa que lo envuelve en un remolino embriagador de maderas. Lo levanta, entra seductora por sus manos y rezuma delirante por cada poro. Al final, lo deja en el suelo para, en una inhalación, entrar por su boca y su nariz instalándose en los rincones, en los extremos, en los puntos abandonados de su esencia.

Se quedó solo.

La noche siguiente a la misma hora, el saxofonista se planta en el escenario, sin banda y comienza a tocar. El camposanto de sus labios libera a la mujer perdida, los dedos largos la acarician a través del saxofón. El concierto grabado en las partituras de su mente, despide en la atmosfera un aroma vinoso, fúnebre, embriagante.


Aline S. Ruiz

1 comentario:

  1. Una disculpa. No recordaba todo el tiempo que te quita estar estudiando, y hasta hace pocos días me he liberado del semestre.

    No sé mucho del género, pero a simple vista me gustó. La última parte no estoy seguro si quiere ser algo como realismo mágico o simplemente como texto onírico. Me encantaron las metáforas como "la atrae hacia sí haciéndola nadar en el aire", muy hermosas.

    Un saludo, un beso y un abrazo atrasados. Sigue escribiendo, que seguiré leyendo, lo prometo.

    ResponderEliminar